LA CAUSA LIBERAL, SIN DEFENSORES

 Luis XVIII encargó la operación militar a su sobrino Luis Alfonso de Artois, duque de Angulema. En la noche del 7 de abril de 1823, Angulema cruzó con sus fuerzas el Bidasoa iniciando la invasión de España. Las tropas realistas españolas, los llamados Ejércitos de la Fe, que desde 1822 se habían sublevado contra el Gobierno liberal, iban en vanguardia de las francesas, con lo que el número de efectivos se acercó a 120.000 hombres.

Frente a ellos, el Gobierno constitucional contó con 130.000 combatientes, en su mayoría tropas de reciente recluta y mínima instrucción y que ni compartían ni entendían los ideales por los que luchaban. Sólo algunas unidades veteranas del ejército y, sobre todo, la Milicia Nacional, formada por la ciudadanía armada y especialmente ligada al partido liberal, fueron capaces de oponer cierta resistencia al invasor.

Los franceses llegaron con celeridad a la línea del Ebro, lo que obligó al Gobierno a trasladarse con Fernando VII y su familia a Sevilla. El 23 de abril se reabrían las Cortes en la capital hispalense con un discurso totalmente irreal. Mientras su presidente, Flórez Calderón, se congratulaba de que "los pueblos todos acorren y se apresuran a felicitarnos", las tropas enemigas eran recibidas como libertadoras en la mayoría de las poblaciones.


El duque de Angulema hizo su entrada triunfal en Madrid el 24 de mayo, siendo acogido por la población al grito de "¡Viva el ejército francés!" y "¡Viva el Rey absoluto!". En la capital instituyó una Regencia en la que entraron destacados absolutistas y que anuló la obra legislativa del Gobierno liberal. Pronto, la esperanza de ver en España una versión moderada de monarquía absoluta, como en Francia, se empezó a esfumar, al permitirse que el sector más intransigente tomara las riendas del gobierno. Las pasiones triunfaron sobre la moderación y las tropas realistas vengaron los excesos revolucionarios previos cometiendo innumerables atropellos sobre los partidarios del Gobierno liberal.

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